La Entrevista

“La victoria que vence al mundo es nuestra fe, no lo olvides”  Juan Pablo II .

“Me conmovió su modo de estar metido en Dios” Reverendo José Guillermo Gutiérrez Fernández

Reverendo José Guillermo Gutiérrez Fernández

 

Sacerdote Mexicano incardinado en la Arquidiócesis de México, especialista en Teología Moral y en Bioética. Ha sido Catedrático en el Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos de México (1999-2006), Formador en el Seminario Conciliar de México          (2000-2006), Secretario Ejecutivo 8/del Departamento de Vida y del Consejo de Bioética de la Conferencia Episcopal Mexicana (2004-2006), Miembro del Comité de Misión y Valores de Televisión Azteca (1999-2006). Desde 2004 es Miembro correspondiente de la Pontificia Academia para la Vida y desde el año 2007 es Oficial del Consejo Pontificio para la Familia en el Vaticano, donde se ocupa especialmente del área hispanoamericana.

 

…el Papa al bajar del “papamóbil” fue dando la mano a cada uno, cuando llegó a mí quise decir: “gracias santidad”, pero mi emoción me paralizó en: “sa…sa…sa…” Juan Pablo II se detuvo y dándome una palmada en el hombro, me dijo con aquella voz grave que le era característica: “¡Santidad! La victoria que vence al mundo es nuestra fe, no lo olvides”. Desde luego esas palabras se me han quedado gravadas indeleblemente. Durante toda la Misa pude comprobar que las palabras que me había dicho procedían de su experiencia personal más íntima. Me conmovió su modo de estar metido en Dios.”

Así nos comparte el Reverendo José Guillermo Gutiérrez Fernández, su primer encuentro con Juan Pablo II, que seguramente dejo una huella de reflexión y amor profunda en su alma.

El Reverendo José Guillermo, tiene un carisma especial, con una seriedad que proyecta seguridad , con una seguridad, que nos da confianza, con esa confianza que emana amor, palabras directas, que reflejan la claridad de su pensamiento, especialista en Teología y Moral, dominio de varios idiomas, escritor, pero sobre todo con una sensibilidad y espiritualidad que nos habla de que él también está ya metido en Dios y que solo Dios sabe la Misión que le ha encomendado y el lugar que le tiene destinado. El Reverendo José Guillermo, Oficial del Consejo Pontificio para la familia en el Vaticano, nos enorgullece también como ser humano y como mexicano, que gracias a su preparación, entrega y talento, en el área que le compete, ha llegado a ocupar una posición tan importante estructuralmente para la comunidad católica en el mundo y tan cercano a otro Papa que estamos aprendiendo a Conocer y Amar, el Papa Benedicto XVI.

Orgullosos por la trayectoria de este gran mexicano, compartimos con usted amable lector, el sentir y pensar del Reverendo José Guillermo Gutiérrez Fernández

 

                                                                    Francisco Javier Fernández Tovar/ Uniendo Voces

 – ¿El recuerdo personal y el mensaje más importante que le deja a usted Juan Pablo II?

Mi primer encuentro con el Beato Juan Pablo II ocurrió en 1990 cuando visitó México por segunda ocasión, para la beatificación de Juan Diego. Siendo seminarista, en aquella ocasión tuve la fortuna de ser elegido para servir en el altar como ministro de libro. A la llegada del Papa a la Basílica de Guadalupe, nos colocaron a quienes serviríamos la Misa junto a los cabildos de la Basílica y de la Catedral Metropolitana al ingreso de la sacristía para darle la bienvenida. Me tocó el último puesto en la formación. El Papa al bajar del “papamóbil” fue dando la mano a cada uno, cuando llegó a mí quise decir: “gracias santidad”, pero mi emoción me paralizó en: “sa…sa…sa…” Juan Pablo II se detuvo y dándome una palmada en el hombro, me dijo con aquella voz grave que le era característica: “¡Santidad! La victoria que vence al mundo es nuestra fe, no lo olvides”. Desde luego esas palabras se me han quedado gravadas indeleblemente. Durante toda la Misa pude comprobar que las palabras que me había dicho procedían de su experiencia personal más íntima. Me conmovió su modo de estar metido en Dios. Una realidad que luego he tenido oportunidad de confirmar muchas veces, pues tuve la gracia de encontrarlo en diversas ocasiones, tanto durante mis estudios en Roma después de la ordenación sacerdotal, como con ocasión de las audiencias que concedía a los miembros de la Academia Pontificia para la Vida de la cual soy miembro desde hace algunos años y por última vez en su última visita a México. Juan Pablo II te sobrecogía, tenías la impresión de que estaba presente pero que en realidad estaba con otra persona, estaba con Dios, en un diálogo ininterrumpido. Así delante de él te sentías delante de Dios, su mirada te penetraba profundamente. En los pocos encuentros que he tenido con el Papa actual, en cambio, siempre tengo la impresión de estar delante de alguien sumamente bueno e inteligente, con una mirada límpida y brillante, alguien que te infunde una gran confianza y serenidad, casi un amigo con quien puedes hablar de las cosas más variadas y que siempre está interesado en tus cosas, alguien a mano. Otro tipo de santidad.

Beato Juan Pablo II

– ¿De dónde surgió ese gran amor que tuvo hacia México? ¿Cómo influye México en su Pontificado?

La pregunta es difícil de responder. He escuchado muchas interpretaciones, parece que de una parte lo marcó el haber sido el primer país que visitó como Papa, además de la respuesta entusiasmada de los mexicanos; también se habla de que encontró múltiples similitudes con su propia patria, en el modo como el pueblo había vivido lealmente su fidelidad a Cristo y a la Iglesia a pesar de regímenes contrarios a la fe y a la Iglesia; así mismo se dice que le impactó la profunda devoción mariana y el amor al Papa y a la Eucaristía de los católicos mexicanos. Pero también pienso que encontró en México las condiciones para lanzar su proyecto de nueva evangelización. México, no cabe duda, fue un país estratégico para su pontificado, desde el cual mostró un modo nuevo de presentación de la fe, con un nuevo ímpetu misionero, un lugar desde donde mostró a quienes tenían dentro de la Iglesia una visión en cierto modo “renunciataria” y derrotista, que la fe y la Iglesia es joven y que sigue siendo capaz de ilusionar a las personas y a las masas, infundiendo a los obispos confianza y entusiasmo en el anuncio integro de la fe con nuevos métodos y estrategias. Que la fe sigue siendo fecunda y necesaria en el mundo de hoy. Por otra parte México es un país con una influencia notable en Latinoamérica, y debido a las emigraciones, también en la Iglesia Católica de los Estados Unidos. América es el continente de la esperanza. Entonces me parece descubrir que el amor del Papa por México también tenía esta impronta estratégica. Todo lo cual representa una enorme responsabilidad para la Iglesia en México. Esto ayuda a comprender también, porque tampoco es de extrañar la especial propaganda anti-católica y el particular empeño que han puesto algunos grupos en México para tratar de cuestionar tanto la beatificación de Juan Pablo II, como la imagen del Papa actual.

 

Beato Juan Pablo II– ¿Qué significa para el pueblo mexicano el reconocimiento de Juan Pablo II como beato de la Iglesia católica?

 

Considero que dos palabras lo resumen: alegría y responsabilidad. Una enorme alegría. La gente en México ama profundamente a Juan Pablo II, es conciente del gran amor de Juan Pablo por los mexicanos y corresponden generosamente. Casi no hay una familia mexicana en la que alguno de sus miembros no lleve en su honor el nombre de Juan Pablo II. Hace unos meses un sacerdote polaco amigo mío visitó México y volvió a Roma impresionado del hecho de que en los más recónditos pueblecitos había imágenes suyas, calles y negocios intitulados a él. Verlo ahora beatificado es, por tanto, una gran alegría. Vemos confirmada la intuición de tener ahora un nuevo intercesor en el Cielo. La gente le encomienda tantas cosas. Fundamentalmente las familias y la paz. Me han llegado correos electrónicos de muchas personas de México donde manifiestan su alegría por poder encomendar a Juan Pablo II el problema de la paz y de la conversión de quienes se dedican a delinquir, particularmente de los narcotraficantes.

 

De otra parte, como indiqué en la respuesta anterior, me parece que para México comporta una gran responsabilidad. Hay que empeñarse de verdad en la nueva evangelización. Una evangelización que indique el camino de la santidad, de la verdad y la misericordia, que requiere una seria formación y una profunda vida interior. Juan Pablo II fue un hombre de diálogo, en México hace falta dialogar, construir acuerdos. Hace falta reconciliación. Para ello más que descalificaciones hay que escuchar las razones del otro y creer en la buena voluntad de los demás, aunque no se compartan sus razones, sus estrategias y sus ideas. Creo que Juan Pablo II tenía una gran confianza en el hombre, en su razón, en sus experiencias originales. Pienso que la Iglesia en México, los católicos, se deben sentir interpelados a recorrer el camino que Juan Pablo nos mostró en sus distintas visitas a México. Es tiempo de reflexionar, de escuchar sus mensajes y no sólo de dar rienda suelta a un cierto entusiasmo que puede ser sumamente superficial y pasajero. La beatificación de Juan Pablo II debe renovar en nosotros su mismo amor apasionado por Jesucristo, el único Redentor del hombre, de todo hombre y de todos los hombres. Nuestra patria tiene mucha necesidad de escuchar nuevamente su invitación a no tener miedo, a no tener miedo de Jesucristo. A superar los prejuicios y mirar juntos hacia el futuro y el desarrollo del país, de todos los mexicanos. Y esto respetando sus profundas raíces cristianas.

 

– ¿Qué mensaje sobre la vida y la familia para Juan Pablo II?

Beato Juan Pablo II

Entre las prioridades pastorales del Papa Beato Juan Pablo II estaban los jóvenes, la familia y la vida. Parece confirmar esta afirmación el hecho de que él haya creado el Pontificio Consejo para la Familia y el Instituto Pontificio Juan Pablo II para estudios de matrimonio y familia. Instituciones cuyos decretos de erección firmó la mañana del mismo día en que sufrió el atentado en Plaza San Pedro. Este hecho resulta simbólico, es como si su compromiso con la familia estuviese sigilado con sangre, con la oferta de su propia vida. Fue también él quien convocó un sínodo sobre la familia y emitió varios documentos sobre estos temas trascendentes, especialmente, la Exhortación Apostólica “Familiaris consortio” que es la carta magna de la pastoral familiar, cuyo XXX aniversario estamos celebrando este año; y la Carta Encíclica “Evangelium vitae”, sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. No podemos dejar de mencionar el amplio ciclo de catequesis de los miércoles que dedicó a reflexionar sobre el amor humano, sobre la sexualidad y el valor y dignidad del cuerpo. Este ciclo de catequesis son conocidas como “teología del cuerpo”. Un verdadero “capolavoro” sobre el que conviene regresar. También el Papa actual Benedicto XVI ha dado una importante contribución ya antes de ser nombrado Papa, cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, desde donde se han clarificado tantos argumentos atinentes a la vida familiar, en notas doctrinales y documentos como “Dignitas personae” y ya como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, en sus brillantes discursos a embajadores, Obispos y jefes de Estado, y de modo especial en sus tres encíclicas, particularmente en “Deus charitas est”.

El conjunto de estas enseñanzas del Beato Juan Pablo II, continuadas después por su brillante sucesor, dan una visión profundamente positiva y completa del Matrimonio, de la familia, del amor humano, e la sexualidad y de la transmisión de la vida humana. Parten de una visión antropológica positiva, que responde a la luz de la revelación a las preguntas que las experiencias originales de la soledad y del ser sexuado plantean a todo hombre. Se trata de respuestas acerca del origen, de la identidad, del sentido de la vida humana, del deseo de amar y ser amado, del deseo de donarse y ser aceptado como don, de la fecundidad, del pudor, etc.

Ante la situación cultural a la cual nos enfrentamos hoy, parece que esta clave de lectura permite construir un puente con la mentalidad de los hombres de nuestro tiempo que nos facilita anunciar desde Dios la verdadera naturaleza, la belleza y la nobleza del amor conyugal. Un amor que no se agota en la comunión entre los esposos, sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. Ya que el amor total entre los esposos, plena donación mutua, tiene su expresión corporal en el acto conyugal, que no es sólo expresión de amor, sino también fuente de fecundidad. Este amor conyugal como indica el número 9 de la encíclica de Pablo VI “Humanae vitae” es un amor plenamente humano, fiel, exclusivo hasta la muerte y fecundo. La cultura pansexualista actual, disocia el ejercicio de la sexualidad del amor y deteriora el matrimonio y la familia. Por el contrario la Iglesia cuando habla de sexo, lo hace refiriéndose siempre al amor. Como nos ha recordado el Papa en el número 4 de su encíclica “Deus charitas est”, no se trata del «eros» ebrio e indisciplinado que no es elevación sino caída y degradación del hombre. Sino del eros que necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser. Como se ve la Iglesia no quiere disminuir la felicidad sino incrementarla.

Habría que decir muchas cosas más, pero antes de concluir querría decir todavía que el mensaje de la Iglesia sobre la familia, mira a esta como una realidad anterior al Estado, una institución natural, que es la base de la sociedad. El Estado no puede manipularla a su antojo, debe reconocer y proteger su identidad distinguiéndola de otras formas de convivencia entre las personas y promover sus derechos, ya que de su bienestar depende el bienestar de la sociedad misma. Si se la mira en clave relacional, se comprende la insustituible contribución que ella aporta al bien común social y político. Se comprende la importancia que tiene para el desarrollo económico, sobretodo en cuanto es la primera responsable de la educación y desarrollo armonioso de sus miembros.