OTRA VISIÓN
Por Dr. Jorge Fernández
En la frescura de esta mañana, la Ciudad de México amanece revestida de las repercusiones de un evento que, más allá de su inmediatez, reafirma la vitalidad de nuestra democracia: el debate público entre candidatos a un cargo de elección popular.
Ayer, el escenario político se iluminó con las figuras de Brugada, Taboada y Chertovisky, protagonizando un encuentro que, más allá de sus diferencias, destiló la esencia de lo que significa vivir en un sistema democrático.
El debate de ayer, según se destaca en las principales planas de nuestros periódicos, no fue solo un enfrentamiento de ideas y proyectos, sino también un reflejo de las personalidades de quienes aspiran a representarnos.
Clara y Taboada se llevaron el protagonismo, mostrando con firmeza sus propuestas y capacidad de liderazgo, mientras Chertovisky, en un gesto que podría interpretarse de diversas maneras, optó por observar más y participar menos.
Este ejercicio, que algunos podrían ver meramente como un enfrentamiento de egos o un despliegue de ataques más que de propuestas, es en realidad uno de los pilares de nuestra convivencia cívica. Los debates públicos nos permiten, como sociedad, evaluar no solo las ideas de los candidatos, sino también su temperamento, su capacidad de reacción bajo presión, y su verdadera conexión con las necesidades y aspiraciones del pueblo.
Independientemente de los ataques y las acusaciones, que lamentablemente suelen ocupar más espacio del deseable, este ejercicio democrático es una oportunidad de oro para que los ciudadanos podamos ejercer nuestro derecho y deber de elegir a nuestros representantes de manera informada y consciente.
El acto de votar, en este contexto, adquiere una relevancia suprema. Emitir nuestro voto de manera secreta no es solo un derecho, sino un acto de responsabilidad cívica que nos involucra directamente en el futuro de nuestra comunidad y nuestro país. Al participar en las elecciones, sea cual sea nuestro candidato de preferencia, estamos contribuyendo a la construcción de ese futuro.
Es esencial reconocer que, independientemente del resultado, el proceso democrático en sí mismo es un triunfo para la sociedad. Sentirnos orgullosos o tristes por el resultado de las elecciones es, en última instancia, una decisión personal que refleja nuestro nivel de compromiso con el país. México, con su rica historia y complejidad social, no necesita de la apatía de sus ciudadanos; al contrario, requiere de nuestra participación activa y consciente para enfrentar los desafíos del presente y del futuro.
Por ello, es crucial que asumamos con seriedad y entusiasmo nuestra participación en las urnas. No se trata solo de elegir a nuestros gobernantes; es también una forma de reafirmar nuestra fe en la democracia como el mejor camino hacia el progreso y el bienestar común.
México es un país de una fortaleza incuestionable, pero su verdadero potencial solo se puede alcanzar si actuamos unidos, reconociendo nuestras diferencias pero enfocándonos en nuestros objetivos compartidos.
La democracia nos da la herramienta para hacerlo: el voto. Participemos, entonces, con la certeza de que cada voto cuenta y con la esperanza de que, juntos, podemos engrandecer aún más a nuestra nación.
Vayamos a las urnas. Elijamos. Ejercitemos la democracia.
MÉXICO VIVE!!!
VIVA MÉXICO!!!