
Cada 18 de julio, un día no sólo para recordar, sino también para actuar, el mundo conmemora a Nelson Mandela por su lucha y activismo social. Pocos hombres pueden decir que despertaron a un país entero de la opresión; él fue uno de ellos.
Nelson Rolihlahla Mandela nació en Mvezo, Sudáfrica, el 18 de julio de 1918. Parecía destinado a obedecer las leyes impuestas por la minoría blanca, pero decidió lo contrario. Se convirtió en el líder más importante de Sudáfrica y en un poderoso símbolo de resistencia y lucha por la libertad.
En 1944 ingresó a la política al afiliarse al Congreso Nacional Africano y participar en las negociaciones para abolir el apartheid, el sistema de segregación racial entre personas negras y blancas que determinaba, en función de la raza, dónde podían vivir y trabajar los sudafricanos, qué tipo de educación podían recibir e incluso si podían votar.
Años después, en 1952, Mandela desempeñó un papel importante en una campaña que cuestionaba la llamada ley del pase, una legislación que obligaba a las personas no blancas a portar documentos, una especie de cartilla, que autorizaban su presencia en zonas consideradas restringidas, es decir, reservadas para la población blanca.
Su activismo lo llevó a la cárcel. En 1963 fue juzgado por sabotaje, traición y conspiración contra el gobierno, y pasó 27 años en prisión. Sin embargo, Mandela no se rindió; desde su celda continuó inspirando a su pueblo a luchar. Durante esos años se convirtió en el gran símbolo internacional de la lucha contra el apartheid.
En 1990 fue liberado de prisión y, sin buscar venganza, sino reconciliación, comenzó a negociar con el gobierno una transición pacífica que sustituyera el apartheid por una democracia.
Debido a su trayectoria en defensa de los derechos humanos, en 1993 recibió el Premio Nobel de la Paz y, un año después, se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica, logrando la restitución de la justicia, la igualdad y la libertad.
Su influencia fue enorme. Bajo su liderazgo, Sudáfrica abolió el apartheid y adoptó una nueva Constitución que garantizaba los derechos humanos para toda la población, además de impulsar iniciativas en educación, vivienda y desarrollo económico.
Asimismo, Mandela creó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación para investigar las violaciones de derechos humanos durante el periodo del apartheid, con el fin de ayudar tanto a las víctimas como a los responsables a asumir su pasado y sanar las heridas.
Mandela dejó la presidencia en 1999, pero continuó siendo una voz activa en defensa de la paz y la justicia social en todo el mundo. Falleció el 5 de diciembre de 2013, a los 95 años.
No fue sólo un presidente; fue un símbolo de justicia, igualdad y libertad. Demostró que un pueblo puede levantarse del dolor más profundo sin hundirse en el odio, con la firme esperanza de construir una nación más justa para todos.
Fue un claro ejemplo de lucha ética y humana como forma de resistencia frente a sistemas que durante años negaron la dignidad, centrado en la búsqueda de justicia social en contextos de violencia, para lograr una transformación colectiva.
Su memoria no está sólo en los libros de historia, sino que se encuentra en cada acto cotidiano que se alza contra la injusticia. En un mundo donde el racismo persiste, donde crecen los liderazgos autoritarios y donde miles de personas siguen siendo discriminadas por su color, origen, género o pensamiento, el mensaje de Mandela sigue siendo urgente y vigente.
Hoy, su legado sigue vivo no sólo en Sudáfrica, sino en cada lugar donde alguien se atreve a decir: todos tenemos derecho a ser tratados con igualdad. El despertar de una nación comienza cuando una persona se atreve a abrir los ojos.
Fuente:
Vanguardia MX-https://vanguardia.com.mx/opinion/el-despertar-de-una-nacion-el-legado-de-mandela-y-la-lucha-por-la-igualdad-LA16701028