Con mi palabra tengo el privilegio de declarar el futuro y construir mi realidad.
Cuando declaro una nueva posibilidad y comprometo mi palabra, inicio el
proceso de crear aquello que declaro. Aparte de darme la posibilidad de
“describir” una realidad aparentemente “fija”, el lenguaje tiene una función
“generativa”, a través de la cual puedo crear mi vida, y abrir nuevas realidades.
En el lenguaje me voy auto creando, diseñando mi propia identidad, y así voy
construyendo el futuro. Al hacer valer mi palabra, accedo a la posibilidad de
coordinar acciones en todas mis relaciones. Mi palabra es fuente de respeto y
poder personal.
Cuando cumplo mi palabra con los demás genero relaciones de confianza y
de respeto. Cuando cumplo mi palabra conmigo mismo, genero respeto
propio y autovaloración. Al romper mi palabra no sólo destruyo mis
relaciones, sino que envío sutilmente (o no tanto) un mensaje que le dice al
otro: “no me importa” o “no eres lo suficientemente importante para mí”. Y
ese mensaje tiene un costo alto, tanto para mi propia capacidad de coordinar
acciones, como para las posibilidades de realización del otro.

















