OTRA VISIÓN
Por Jorge Fernández H.
Hoy, lunes, 7 de octubre
El viento de octubre trae consigo algo más que el cambio de estación: sopla el inicio de un capítulo prometedor en la vida pública de México.
Claudia Sheinbaum, la primera presidenta mujer de este país, ha tomado posesión con una determinación y un pragmatismo que pocos anticipaban.
La primera semana de su gobierno, del 2 al 6 de octubre, ha sido un vaivén de decisiones, anuncios y, sobre todo, un primer vistazo a un estilo de gobernar que parece estar a tono con la promesa de continuidad y cambio que enarboló durante su campaña.
Es notable cómo, desde su primer día, Sheinbaum ha querido dejar en claro que los tiempos de arranque pausado, de promesas que se apilan como archivos polvorientos en algún rincón del Palacio Nacional, no van con ella.
La presidenta arrancó con el pie en el acelerador, impulsando de inmediato el megaproyecto del Tren de Pachuca. No fue una ceremonia de anuncio, ni un evento de corte de listón lleno de retórica y aplausos vacíos; fue una señal de que el tiempo para actuar es ahora.
Un proyecto que, si bien nace de la visión del gobierno anterior, encontró en ella una voluntad férrea para no dejarlo morir en trámites burocráticos.
Este tren es una metáfora poderosa de lo que podría significar su administración: conectar, acortar distancias, y, si lo logra, modernizar. Una de las críticas históricas hacia los gobiernos es que suelen comenzar con titubeos. La diferencia radica en cómo se enfrenta ese desafío inicial, y Claudia parece haber optado por tomar las riendas con ambas manos.
Por supuesto, no han faltado los cuestionamientos y el ruido mediático que siempre acompaña la llegada de una nueva administración. Pero más allá de los micrófonos y los titulares que buscan el conflicto, se respira un aire de esperanza entre la ciudadanía que asoma, dudosa pero expectante, hacia este nuevo liderazgo.
En su discurso inaugural, Sheinbaum habló de un México justo, igualitario, y aunque esas palabras, en otros labios, a menudo han sonado a promesas vacías, en ella resuenan con una credibilidad que proviene de su trayectoria académica y política. Ella se ve a sí misma como una ingeniera en la vasta maquinaria social, y lo cierto es que, hasta el momento, parece dispuesta a no dejar ninguna pieza suelta.
Durante estos días, también anunció nuevas políticas energéticas, apuntando a una independencia que México lleva décadas persiguiendo. La presidenta ha mostrado un conocimiento detallado sobre los retos del sector, y su determinación de impulsar energías limpias es algo que no solo entusiasma a los ecologistas, sino que también genera la ilusión de un país que podría eventualmente liberarse de sus ataduras al petróleo. Los analistas, en su mayoría, coinciden en que, aunque el camino es largo y empinado, al menos hay una dirección clara, un compromiso real.
Pero no todo ha sido pompa y anuncios de gran escala. Sheinbaum también se ha enfocado en lo cercano, en lo humano. En sus primeros días, visitó comunidades vulnerables, escuchando testimonios, conectando con esas voces que muchas veces se pierden en el bullicio de la política nacional. Esas imágenes de la presidenta sentada en el suelo, conversando con niños y ancianos, son poderosas, pues nos devuelven la visión de un liderazgo que no se encierra entre paredes de mármol, sino que baja, que toca, que observa.
Lo que más me ha llamado la atención de esta semana es cómo ha mantenido la promesa de continuar ciertos proyectos emblemáticos de la administración anterior, pero con su toque personal. Lejos de buscar protagonismo, ha dejado en claro que la prioridad no es el nombre que encabeza las acciones, sino las acciones mismas. Y esto, en el México de los grandes egos políticos, es un cambio digno de celebración.
La semana cierra con una mezcla de optimismo prudente y el inevitable escepticismo que acompaña cualquier comienzo. Pero si algo ha quedado claro en estos primeros días, es que Claudia Sheinbaum no llegó para ocupar un espacio.
Llegó con la intención de redibujar ese espacio, de hacerlo propio, y de trazar una ruta distinta, más cercana a los ciudadanos y más conectada a sus urgencias. Lo que vendrá después aún es incierto, y no faltarán los obstáculos, las críticas, ni los errores; pero, por ahora, el arranque ha sido sólido. Y si esta primera semana es indicio de algo, es que, por primera vez en mucho tiempo, podríamos estar viendo un gobierno que realmente se mueve.
Y al final, eso es lo que México necesita: un impulso, una dirección, una razón para seguir creyendo.
MÉXICO VIVE!!!
VIVA MÉXICO!!!