Por Jorge Arturo Fernández H.
Hoy Domingo 15 de junio
Hoy es Día del Padre. ¡Felicidades, papás!
Antes que todo, quiero empezar esta columna con una felicitación que me nace desde el alma: a mis hijos, que hoy ya son padres, que han recibido de Dios el regalo más grande y más sagrado que un hombre puede recibir: la dicha de guiar, cuidar y amar una nueva vida.
¡Qué bendición tan inmensa la que tienen entre sus manos!
También envío un abrazo lleno de cariño y admiración a mis amigos, compañeros, y a los doctores de IMELE, hombres nobles y trabajadores que hoy celebran este día con la frente en alto y el corazón entregado.
Que disfruten este privilegio de ser padres como lo que es: una misión divina que transforma y enaltece el alma.
Hoy no es un domingo cualquiera.
Hoy, millones de corazones laten más fuerte porque celebramos a los hombres que han decidido entregarse a la más grande y noble tarea que existe: ser padre.
No me refiero solamente al hecho de haber engendrado una vida, sino al de haberla cuidado, acompañado, educado y amado. Ser padre no es una función biológica. Es una vocación del alma, una misión divina. Porque cuando Dios puso en nuestras manos a un hijo, no lo hizo como quien entrega un objeto, sino como quien confía un milagro.
Ser padre es mirar a un niño y ver en él el futuro de todo.
Es ser fuerza cuando hace falta firmeza, pero también ternura cuando el miedo se asoma.
Es llorar en silencio por dentro cuando se cae, y sonreír por fuera para levantarlo.
Es enseñar a caminar, pero también a detenerse.
Es formar carácter, no sólo corregir errores.
Es dar ejemplo, aún cuando duela.
Los padres no somos perfectos.
Nos equivocamos. Dudamos. Nos cansamos. Pero aun así seguimos.
Porque un verdadero padre no se rinde nunca. Luchamos con lo que tenemos y damos más de lo que podemos. A veces nos toca ser duros. A veces suaves. A veces todo al mismo tiempo.
Y a veces, también, necesitamos un abrazo, aunque no lo pidamos.
Este día no es solo para los regalos, ni para las comidas especiales. Este día es para reconocer lo que implica ser padre de verdad. Para mirar a nuestros hijos —sean pequeños o ya adultos— y saber que lo estamos intentando, que estamos presentes, que no hemos dejado el lugar que Dios nos confió.
Porque ser padre no es una etapa.
Es un compromiso eterno.
A todos los que cargan con orgullo esa palabra, a los que han hecho de ella su identidad, a los que se han partido el alma por ver a sus hijos crecer, a los que han estado en las buenas, pero sobre todo en las malas: gracias.
Y a ti, que estás leyendo esto, si eres padre, recuerda: tu amor, tu esfuerzo y tu ejemplo dejan huella para siempre.
¡VIVAN LOS PADRES! ¡¡¡VIVAN LOS PADRES!!! ¡¡¡VIVAN LOS PADRES!!!
