El jaloneo entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo en Nuevo León sigue (mal) utilizando a las instituciones, rompiendo acuerdos estructurales e indispensables para la estabilidad y la gobernabilidad.
Es cierto que las élites políticas locales tenían –tienen–mañas y manías a las que les urgen límites y disuasores. La forma institucional –el debido proceso– es a través de leyes y justamente ahí es donde la discrecionalidad y la influencia de estos grupos de poder tienen los hilos en la mano.
El control invisible del Poder Legislativo no es asunto exclusivo de Nuevo León, es una estrategia expandida para mantener el control y, por ende, el poder político y sucede en todo el país. Van algunos ejemplos.
La molestia de las élites locales en 2014 cuando la reforma electoral modifica el proceso para la selección de consejeros electorales fue precisamente por el control que perdían sobre la organización de las elecciones locales. Antes, estas autoridades electorales eran designadas por los congresos locales.
Las consultas populares –referéndum y/o plebiscito– como instrumentos de participación ciudadana están cortadas con la misma tijera con algunas buenas excepciones. Los mecanismos están (mal) legislados para cumplir con el requisito y con el fin de que sea materialmente imposible para la ciudadanía activarlos sin el apoyo de algún grupo político.
El caso más claro fue la reciente debacle en el Congreso de la Unión cuando se rechazó la reforma electoral constitucional, pero se aprobó en bloque un galimatías de cientos de páginas que nadie tuvo tiempo de leer. Las y los diputados de MORENA votaron por instrucciones de su partido/líder, no lo hicieron por la ciudadanía que representan y he aquí el centro del problema.
La influencia de los partidos políticos no es mala, se supone que su línea ideológica es lo que prevalece en los grupos parlamentarios, es la certeza que aportan a la ciudadanía y se refleja supuestamente en el trabajo de las y los legisladores plurinominales.
Lo que molesta es que esa influencia valga más que el bien común de la ciudadanía que está siendo representada por esos cuerpos legislativos y que descaradamente se atropelle la voluntad y/o el interés del pueblo por instrucciones ‘de arriba’.
Regresando a Nuevo León, es cierto que hay acuerdos y élites políticas tradicionales que no van a soltar sus cotos de poder de buena voluntad, pero la forma de enfrentar estos enquistes no debería ser a través de la manipulación de las normas e instituciones porque en el largo plazo estas serán las nuevas costumbres sobre la que las nuevas élites generarán nuevos los vicios. Y así como pinta, son vicios populistas que funcionan en lo inmediato, destruyendo el largo plazo.
Si detrás del congreso hay intereses de grupos y de partidos que no dejan a la institución funcionar a plenitud, se requiere un cambio. Pero este no debería a la fuerza ni por las malas, sobre todo si lo que se busca es ser y hacer política de largo aliento, con visión de estadista, de la que nos hace tanta falta, la política de la buena.
Fuente : https://www.elfinanciero.com.mx/monterrey/2023/01/11/sara-lozano-para-politica-mejor-de-la-buena/